viernes, 10 de junio de 2011

Descripción.

El sol se escondía, temeroso, tras las nubes; la gélida brisa quemaba hasta la mejilla más curtida; el lago se mantenía en calma jugando a disfrazarse de espejo, mostrando el imponente reflejo del castillo. Dicho edificio permanecía al acecho, entre un bosque de pinos tan hermoso como siniestro.


No se percibía ni tan siquiera el más desventurado sonido. Era un lugar inerte, que no muerto, pues nunca tuvo vida. Entre los árboles se percibía el terrorífico aliento de la nada, la niebla que el lago producía se paseaba entre los oscuros troncos como si de una danza perversa se tratara. Las ramas amenazaban con sus afiladas puntas con desgarrarte la ropa y el crujir de los troncos se parecía más a una risa burlona que a una simple consecuencia del viento.


Más imponente era el lago que seducía a cualquier criatura sedienta para zambullirse en él, inocente aquel que sucumbiera a la tentación, pues ese, sin duda, sería su último y eterno baño.


Sin embargo, lo que verdaderamente debía ser temido era el castillo. Un edificio tan bello como antiguo y peligroso, cuyas altas torres fingían pedirle al cielo perdón y cuyas murallas vestidas de hiedra podrían pasar por las faldas de una virgen puritana. Dicho engaño ofrecía a los viajeros a adentrarse en él y disfrutar de una maravillosa noche estrellada pero, entre tú y yo, jamás cruces su puerta de oro, ya que, te robará la vida y te arrastrará hacia la muerte.

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