sábado, 22 de enero de 2011

Aguas cristalinas.

 - ¡Corre! ¡Corre!- me decía una voz interior, mi voz interior.
 Y yo sólo sabía obedecer a mi instinto. Corría sin parar hacia ningún lado, huyendo de aquellas estúpidas emociones. Ya no sabía donde estaba, pero no importaba. El entorno que me rodeaba tan sólo era una mancha borrosa que a veces cambiaba del verde al gris, del gris al verde y luego, nada más que verde.

Hasta que llegué a aquel claro, todo rodeado de cipreses excepto en rincón más oculto, el cual estaba lleno de gigantescos sauces llorones. No me llamaron la atención hasta que escuché el cantar del agua procedente del mismo sitio. Por la región no pasaba ningún ría y yo no veía arroyo alguno, ni siquiera un triste charco.

Me acerqué. El sonido era mucho más fuerte, caminé buscando entre los sauces y cuando llegue a una pared roca me di cuenta de que allí no había agua, sin embargo el chapoteo del agua contra las piedras era tan claro...

De repente, mis pies se enredaron buscando un punto de apoyo que no había, puesto que suelo tampoco, y caí rodando por una especie de rampa subterránea. Di de bruces contra el agua y antes de levantarme empecé a beber, mi sed era enorme después de la carrera. Me levanté, arreglé mi vestido, atusé el pelo y comprobé que no me hubiera manchado de barro; lo sé, tendría que darme igual el aspecto que pudiera tener  tras haber caído al subsuelo, pero soy así de presumida.

Levanté la cabeza. Estaba dentro de una inmensa cueva subterránea con un lago casi igual de grande en su interior y allí a lo lejos, el origen del sonido. En el fondo a la derecha había una cascada de aguas cristalinas que iba acariciando la pared hasta que a mitad de camino perdía apoyo y caía contra el lago como si de una fuente se tratara.

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