miércoles, 10 de noviembre de 2010

Cincuenta.

 Estaba tan enfrascada en el olor a libro nuevo, antiguo, de tapas de cuero, de tapas de cartón, sin tapas,... Perdida entre tantos títulos conocidos y por conocer, que no me di cuenta, hasta que me giré, de que él me esperaba con una sonrisa sincera y una rosa roja en la entrada de la biblioteca.
 Me puse la gabardina y fui en su busca. Él me entregó la flor, me cogió la mano y salimos juntos del edificio rumbó al café donde nuestras miradas se encontraron por primera vez. 
 Parece mentira que después de tantos años de lucha por mantener nuestro amor, de discusiones y reconciliaciones, de penas y alegrías, de ironías y sarcasmos, de las palabras más bellas que salieron nunca de nuestros labios y de un largo etcétera; al final sigamos juntos en cuerpo y alma.
 Aunque no siempre hayamos estado unidos yo siempre lo he querido y me alegro de haberle entregado cincuenta maravillosos años de mi vida.



Por desgracia el amor tiene, la mayoría de las veces, fecha de caducidad...